Hoy me gustaría hablaros de uno de los libros que más me han gustado de todos los que tuve que leerme durante la carrera. Se trata de la obra de Laurence Rees, Auschwitz. Los nazis y la "solución final".
En ella, el autor realiza una interesante aportación al conocimiento histórico del mayor campo de exterminio judío: Auschwitz. Todo
ello, extrayendo la información a partir de más de un centenar de entrevistas y
testimonios de supervivientes y verdugos.
El
escritor, Laurence Rees, ha dedicado gran parte de su tiempo a la investigación
del tema del nazismo. Además de escritor, trabaja como director creativo y productor
de la BBC, centrando su actividad en programas de temática histórica y de series
documentales. Entre sus libros destacan: Nazis: a Warning from History
(1997), Horror in the East (2000) y Auschwitz: los nazis y la
"solución final" (2005).
Una guerra de exterminio. Hitler contra Stalin (2006), Los verdugos y
las víctimas. Las páginas negras de la historia de la Segunda Guerra Mundial (2008), El holocausto asiático. Los crímenes japoneses de la
Segunda Guerra Mundial (2009) o la más reciente: El oscuro carisma de Hitler (2013).
Hay que destacar que este libro está fundamentado,
principalmente, en testimonios orales. La falta de documentos escritos referentes
a la «solución final», debido a que los
nazis se cuidaron de destruir todos los registros que pudieron antes de
finalizar la guerra, hace necesaria la recopilación de aquellos testimonios de quienes
estuvieron en Auschwitz. Siendo, en este sentido, de gran importancia el hecho
de que no sólo cuente con declaraciones de presos, sino también de alemanes que
trabajaron allí, permitiendo así un análisis de la mentalidad de ambos grupos.
La
idea principal que se puede seguir a lo largo de la obra es que el Holocausto
no fue obra de una sola persona, ya que como el propio autor indica fue: «un
crimen cometido por cientos de miles de personas. Y la mayoría era gente de lo
más normal».
Igualmente, analiza cómo el sometimiento a una situación especial y excepcional
pude influir sobre el comportamiento humano llegando a la conclusión de que
«nadie se conoce a sí mismo».
La
obra se estructura en seis capítulos a través de los cuales podemos seguir el
desarrollo del campo de concentración desde sus inicios y hasta su final. Pero
además, permite acercarnos a algunos de los acontecimientos más importantes de
la guerra y al funcionamiento de otros campos como Sobibór, Belzec, Treblinka o
Bergen-Belsen.
El campo
Laurence Rees pone de manifiesto como Auschwitz fue evolucionando a medida que las necesidades, y las nuevas orientaciones de la política nazi, iban cambiando. Los primeros prisioneros (una treintena) llegaron al campo el 14 de junio de 1940 provenientes de Alemania. Se convirtieron en los primeros kapos, y al frente del campo se situó Rodolf Hoess. Pero si al principio Auschwitz fue concebido como una prisión de tránsito, en apenas pocos días pasó a ser un lugar de encarcelamiento con una utilidad: la explotación de recursos naturales. Sin embargo, muy pronto se llevaron a cabo las primeras pruebas de exterminio, al tiempo que en 1941 Himmler ampliaba el campo para albergar a 300 reclusos. Una ampliación que estaba condicionada por la puesta en marcha de una fábrica de caucho de la empresa I.G. Farben.
Por
otra parte, empezaron los primeros experimentos, que siguiendo la concepción
darwiniana de la vida, fueron dirigidos
a aquellas personas que habían dejado de ser útiles. La operación se llevó a
cabo el día 28 de julio, conociéndose como 14F13. Se trataba de la selección de
una serie de enfermos a los que se introdujo en una cámara de gas, fuera del
recinto, en el centro siquiátrico de Sonnenstei, cerca de Dánzig.
Ante
la falta de víveres y la escasez de todo tipo de recursos alimenticios para el
mantenimiento de los judíos, comenzó en Ucrania el exterminio de mujeres y
niños, fusilándolos al pie de una zanja. Pero pronto se buscaron otras formas
de acabar con ellos, debido a los efectos sicológico que dejaba en los soldados
y a la enorme cantidad de munición que se gastaba. Widmann utilizó explosivos,
pero el resultado fue aterrador, ya que la carga que usó no fue suficiente.
Finalmente, se realizó una prueba con Zyklon B, un producto utilizado para
acabar con los piojos. El experimento funcionó, aunque todavía debía
perfeccionarse.
El
27 de febrero de 1942, Rudolf Hoes, junto con el arquitecto de la SS Karl
Bischoff y el director de la oficina
central de la edificación de la SS Hans Kammler, decidió trasladar a Birkenau
el horno crematorio que se había proyectado para Auschwitz I. También se
creación de dos nuevas cámaras de gas con capacidad para ochocientas personas, como la construcción de un nuevo centro de exterminio denominado como “la
Casita Blanca”, con capacidad para unas mil doscientas personas.
En
la primavera de 1943, Himmler consideraba evidente que Auschwitz era el único
campo de concentración que de manera satisfactoria podía aunar los objetivos de
trabajo y exterminio. Sin embargo, en el invierno de este año ya estaba claro
que los nazis perdían la guerra, y por ello una nueva motivación pasó a primer
plano en el exterminio judío: la venganza. Así, Auschwitz se convertiría en el
mayor centro de exterminio conocido.
La
mayoría de los judíos que padecieron esta nueva política de aniquilamiento
procedieron de Hungría, pero cuando estas deportaciones cesaron, comenzó el
exterminó de otro importante grupo: los gitanos. Veintiún mil de los veintitrés
mil gitanos que llegaron murieron en sus instalaciones.
El
antisemitismo alemán y el pensamiento judío
Hay
que indicar que el antisemitismo alemán se distingue del de otros países por su
concepción racista. De este modo, el judío es malo porque lo lleva en su
sangre. Así se entiende la respuesta que ofreció Oskar Groening al ser
preguntado por la matanza de niños:
Laurence Rees pone de manifiesto a través de los distintos testimonios orales el odio que se había generado hacia la población judía. En este proceso Hitler tuvo un papel decisivo. Los temas centrales en los que se apoyaba eran: la idea de que los judíos querían dominar el mundo, y la identificación del judío como elemento de corrupción sexual y causante de infecciones microbianas[2]. Todo ello unido a una perfecta propaganda que situaba a los judíos como causantes de la devastación sufrida en la Primera Guerra Mundial[3], tuvo como consecuencia la participación o consentimiento de la población en el exterminio. Parece observarse cómo la exclusión de los judíos fue un proceso sucesivo, producto de la interacción entre las medidas del gobierno y las reacciones sociales[4].
Así, se necesitó del entusiasmo de colaboradores, médicos, antropólogos, biológicos, expertos en estadística y demografía, etc., para que la barbarie nazi lograra la solemnidad ritual de las grandes aventuras terapéuticas y preventivas de la medicina[5].
El segundo aspecto a destacar de la obra de Rees es muy revelador. Se trata de la opinión de los judíos acerca no sólo de los que se convirtieron en sus verdugos, sino de los alemanes en general. Tras todo lo vivido en los campos de concentración y guetos, experimentaron el mismo odio hacia los alemanes. Las atrocidades de las que fueron testigos explican este sentimiento.
Este hecho se pone de manifiesto en el testimonio de un prisionero judío que junto a otros viajaba desde Auschwitz en dirección al Reith. Con ellos se encontraba un alemán que le ofreció cigarrillos cambio de ocupar su sitio. Tras cederlo y una vez terminado de fumar, pidió al alemán que se levantara, pero al no hacerlo, él y otros compañeros se sentaron encima suya. Finalmente murió asfixiado. Este hombre llegó a expresar que estaban contentos de haber matado a un alemán, pues ellos habían matado a toda su familia[6]
«Los
niños no son, por el momento, enemigos: el enemigo es la sangre que corre por
sus venas; el enemigo es el hecho de que crezcan para convertirse en judíos
peligrosos. Por ello también recibían el mismo trato»[1].
Laurence Rees pone de manifiesto a través de los distintos testimonios orales el odio que se había generado hacia la población judía. En este proceso Hitler tuvo un papel decisivo. Los temas centrales en los que se apoyaba eran: la idea de que los judíos querían dominar el mundo, y la identificación del judío como elemento de corrupción sexual y causante de infecciones microbianas[2]. Todo ello unido a una perfecta propaganda que situaba a los judíos como causantes de la devastación sufrida en la Primera Guerra Mundial[3], tuvo como consecuencia la participación o consentimiento de la población en el exterminio. Parece observarse cómo la exclusión de los judíos fue un proceso sucesivo, producto de la interacción entre las medidas del gobierno y las reacciones sociales[4].
Así, se necesitó del entusiasmo de colaboradores, médicos, antropólogos, biológicos, expertos en estadística y demografía, etc., para que la barbarie nazi lograra la solemnidad ritual de las grandes aventuras terapéuticas y preventivas de la medicina[5].
El segundo aspecto a destacar de la obra de Rees es muy revelador. Se trata de la opinión de los judíos acerca no sólo de los que se convirtieron en sus verdugos, sino de los alemanes en general. Tras todo lo vivido en los campos de concentración y guetos, experimentaron el mismo odio hacia los alemanes. Las atrocidades de las que fueron testigos explican este sentimiento.
Este hecho se pone de manifiesto en el testimonio de un prisionero judío que junto a otros viajaba desde Auschwitz en dirección al Reith. Con ellos se encontraba un alemán que le ofreció cigarrillos cambio de ocupar su sitio. Tras cederlo y una vez terminado de fumar, pidió al alemán que se levantara, pero al no hacerlo, él y otros compañeros se sentaron encima suya. Finalmente murió asfixiado. Este hombre llegó a expresar que estaban contentos de haber matado a un alemán, pues ellos habían matado a toda su familia[6]
Cabe
preguntarse cómo pudieron los judíos sobrellevar la situación a la que fueron
sometidos en Auschwitz, sobre todo aquellos que eran designados a las labores
sicológicamente más duras. En este sentido destacaba el grupo de los Sonderkommando: prisioneros encargados
de cortar el pelo a los judíos que llegaban, dirigirlos a las cámaras de gas y
posteriormente trasladar los cuerpos al crematorio. Uno de estos hombres aportó
una visión muy esclarecedora de la situación al indicar que: «vivían “insensibilizados”,
como un “robot”. Después de un rato dejas de enterarte, nada te molesta (…)
llegas a acostúmbrate a ello»[7].
La "solución final"
A pesar de que el exterminio judío había pasado por varias fases precedentes, será durante la invasión a Polonia cuando las medidas tomadas contra los judíos comiencen a endurecerse. Los nazis se encontraron con que tenían que hacerse cargo de más de tres millones
de judíos. La primera solución, como muestra Rees, fue la de repartirlos en
guetos como el de Lodz. Esta medida formaba parte de la llamada «solución
territorial», que junto a la estimulación de la emigración, propició la creación de enormes guetos a modo
de campos de concentración: «gigantescas salas de espera para la “Solución
final”»[9]. Sin embargo, sería tras la invasión de la Unión Soviética, en junio de 1941, cuando el
régimen dio un paso más en su radicalización, al ser considerada ésta como una
guerra racial.
El
problema relacionado con la «solución final» radica en establecer cuándo se dio
la orden de llevarlo a cabo. Todo parece indicar que ésta se produjo entre
marzo y septiembre de 1941, si bien otras tesis hablan de diciembre de este año[10].Y, aunque las fuentes son contradictorias, para Rees, problablemente, Auschwtz pasó a formar parte de la «solución final», al año siguiente. Para él, dicha «solución final»:
«se convirtió en la voluntad colectiva de muchos, y para
demostrarlo más allá de toda duda basta desenmarañar el proceso de toma de
decisiones que desembocó en la deportación de los judíos alemanes durante el
otoño de 1941»[12].
Finalmente,
hay que indicar que a pesar de las pruebas y testimonios que ponen de
manifiesto la existencia de la «solución final», existe un pequeño grupo,
conocido como los negacionistas, que niegan la existencia de tal medida. Rees
apunta algunas de las causas que respaldan estos postulados. La primera de
ellas es el hecho de que no exista una orden puesta por escrito de Hitler que
lo ratifique. En segundo lugar, hacen referencia a la existencia de un
prostíbulo en Auschwitz, situación que aprovechan para rechazar la idea del
pésimo trato a los judíos. Relacionando este hecho, con la existencia de un
depósito de agua a modo de “piscina”, que los bomberos judíos con una situación
privilegiada utilizaban. Sin
embargo, negacionistas como David Irving, parecen hacer caso omiso al gran
número de testimonios, tanto de las víctimas como de los verdugos, que muestran
claramente la puesta en práctica de la «solución final».
Hasta
la caída definitiva de Alemania, los nazis siguieron con su política de
exterminio. Por ello, cuando el final se encontraba próximo volaron los
crematorios y asesinaron en pocos días a seiscientos reclusos de Birkenau. Pero
la tragedia continuó. En su empeño de exterminar a los judíos, decidieron
trasladar a los prisioneros a Bergen-Belsen, en lo que se conoció como la
Marcha de la Muerte[13].
Tras
la liberación del campo en enero de 1945, lo que parecía la salvación y el
final de las desgracias se convirtió en el inicio de una nueva lucha por la
supervivencia. Con
la excepción de los judíos daneses, cuyo regreso a sus hogares era motivo de
celebración, el resto no tuvo la misma suerte. Por una parte, los que eran sus
liberadores se volvieron violadores de mujeres. Por otro, sin casa y sin
alimentos, se refugiaron donde pudieron. Asimismo, muchos de ellos al regresar
a sus antiguos hogares descubrieron que estos tenían nuevos propietarios, que sus vecinos rehusaban dirigirles la
palabra y que aquellos en los que habían depositado algunos bienes para que se
los guardaran decían no tener nada. El antisemitismo seguía presente en la
sociedad.
No
menos interesante es la referencia que se hace a la llamada Brigada Judía,
constituía en 1944. Se trataba de una sección del ejército británico integrado
por judíos. Éstos, a medida que recibían información sobre cómo habían tratado
los nazis a los judíos fueron acumulando un deseo de venganza que les llevó a
elaborar un listado con los nombres de los alemanes que sospechaban habían
estado implicados en el exterminio. Fueron terminando con todos ellos a veces,
incluso, sin pruebas que los culpara.
[1] Rees, Laurance,
Auschwitz. Los nazis y la «solución final», Madrid, Crítica, 2005, pp.
192-193.
[2] Friedländer,
Saul, ¿Por qué el Holocausto? Historia de
una psicosis colectiva, Barcelona, Gedisa, 2007, pp. 126-127.
[3] Según la gran
mentira que se formó en torno a la participación de los judíos en la guerra,
éstos habrían traicionado a Alemania fomentando la revolución en el interior
cuando el ejército estaba a punto de vencer. Se les culpó de la Revolución de 1918, pero en realidad la
mayoría de sus líderes no eran judíos. Alemania, que había sido derrotada en el
campo de batalla se negaba a admitirlo. La derrota llevó a la desilusión de
muchas personas que abrazaron entonces las ideas racistas de los grupos más
radicales. Lozano, Álvaro, La Alemania Nazi. 1933-1945, Madrid,
Marcial Pons, 2008, p. 330.
[4] Benz, Wolfgang,
“La exclusión como fase integrante de la persecución: la situación de los
judíos en Alemania, 1933-1941”, en Bankier, David y Gutman, Israel (eds.), La Europa nazi y la Solución Final,
Madrid, Losada, 2005, p. 49.
[5] Gallego,
Ferrán, op. cit., p. 343.
[6] Rees, Laurance, op.
cit., pp. 366-367.
[7] Rees, Laurance, op.
cit., p. 324.
[8] Lozano, Álvaro,
op. cit., p. 337.
[9] Lozano, Álvaro,
op. cit., p. 343.
[10] Lozano, Álvaro,
op. cit., p. 349. Por su parte, Ferrán
Gallego sitúa esta decisión en diciembre de 1941, siendo aprobada en
condiciones de plena reglamentación el 20 de enero de 1942 en la conferencia de
Wannsee. Gallego, Ferrán, op. cit. p.
426. Sin embargo, para Laurence Rees se ha dado a la conferencia de Wannsee más
relieve del que realmente tuvo, siendo de mayor trascendencia las
conversaciones mantenidas por Hitler en diciembre de 1941 respecto a la
«solución final». Rees, Laurance, op. cit., pp. 135-136.
[11] Rees, Laurence, op.
cit. p. 100.
[12] Rees, Laurance, op.
cit., p. 106.
[13] Rees, Laurance, op.
cit., p. 366.